jueves, 17 de diciembre de 2015

LOS CAMINOS DE LA VIDA



Durante la segunda mitad de 2015 recibimos la visita de Centros de Jubilados de toda la ciudad. Cada jueves, vecinos de Cerri, Maldonado, Vista Alegre, Villa Serra, Grünbein, Loma Paraguaya, Puertas del Sur, Colón, Villa Cerrito, Villa Delfina, Villa Muñiz, Don Bosco, Nuevo Horizonte, Abertano Quiroga... llegaron hasta White para recorrer y desayunar en el Museo del Puerto y Ferrowhite.

La iniciativa forma parte del programa “Caminos Culturales” que organiza PAMI bajo la idea de que la salud de los más grandes no solo tiene que ver con la atención médica, que salir, por ejemplo, a disfrutar de la ciudad en la que se vive también hace a una vida saludable.



Muchas de estas personas se acercaban el museo por primera vez. Y sin embargo, casi todo les resultaba familiar. Las bolsas de arpillera “tan parecidas a las que tenía que remendar cuando vivía en Copetonas”; el banco de estación “que se parece a ese en el que me senté cuando me puse de novia”, o el puente La Niña, “ese mismo que cruzaba para venir a pescar pejerreyes en la playita de la usina”. De repente los visitantes sabían más del museo que nosotros mismos, los recorridos se convertían en charlas y el guía dejaba por fin de parlotear para empezar a escuchar un poco.

Escuchar a Enrique y a su esposa María Iris, que aún conservan el acento chileno. Primero vino él. Trabajó en el valle del Río Negro y en el 57’ llegó a Bahía Blanca. Tiempo después fue a buscar a su señora, estuvieron 5 años acá y retornaron a Chile. Pero se volvieron a venir.

O a Rosenda, que hace mucho partió a Jacobacci junto a un marido ferroviario. Volvió a principios de los 90, con tres hijas y otra en camino. “Él vino a dejarme”, cuenta. Entonces empezó a hacer panes y rosquitas que vendía casa por casa. Recorrió barrios y barrios en bicicleta. Hoy camina con bastón.

O a Teresa, que en los ‘80 entró al Departamento de Vías y Obras del ferrocarril. Parte de su trabajo consistía en hacer copias de planos con un producto sulfúrico que había que exponer al sol. “La gente de YPF ya usaba fotocopiadora en ese entonces, pero en el ferrocarril no”. Ahora tiene EPOC, aunque nunca fumó.

Historias como estas se bajan, cada jueves, del colectivo, y antes de volver a subir, se sacan mil fotos, se toman un café con leche, y por ahí, hasta terminan cantando, los brazos en alto, los dedos en V.

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