sábado, 28 de enero de 2017

UNA PINTURA QUE FLOTA

Ya saben, en este museo se navega. Cañería plástica, lienzo y esmálte sintético le alcanzaron a nuestro amigo Guido Poloni para armar este kayak que usamos para salir a remar cuando está lindo. Casi una pintura que flota.



viernes, 20 de enero de 2017

LAS HERRAMIENTAS DE MARIO

Es una mañana de calor agobiante, de esas en que te preguntás qué hace abierto un museo, cuando suena el teléfono. Es Juan Carlos Chiarastella, el hijo de Mario. Llama para preguntar si de casualidad nos interesa recibir en donación el cajón de herramientas con el que su padre comenzó a trabajar de carpintero en los Talleres Bahía Blanca Noroeste. ¡Cómo no!


“Me pegás un tubazo y te venís”, me dice, para estar segura de encontrarlo en casa, porque a veces va al Centro de Jubilados de los petroleros. Juan Carlos vive en Villa Italia, donde la toponimia se divierte con el tiempo y el espacio. Su casa queda en la calle Ranqueles, entre Sócrates y Newton, qué tal. 

Tocamos timbre y sale Juan Carlos, de bermuda de jean, musculosa “recuerdo de Miramar” y alpargatas blancas. Nos hace pasar al garage, directo a ver de qué se trata la cosa. “Es esto”, dice, un cajón de madera de 81 x 41 x 30 centímetros, lleno de herramientas. “Mi yerno fabrica muebles, pero estas herramientas ya no le sirven”. Claro, sierras, cepilladoras y agujeradoras eléctricas compiten con las garlopas, berbiquíes y mechas de este “kit” de por lo menos 70 años. Así que para no tenerlas ocupando lugar en su garage, se le ocurrió que mejor donarlas al museo. 



El cajón trae además: un metro plegable y una llave de tubo de la Walworth Company, un cuchillo y una extraña pieza que servía para afilar los serruchos, una escofina y una escuadra de metal que Guillermo ya pide llevar al taller, dos martillos y dos formones muy gastados, dos destornilladores y dos llaves (una probablemente para abrir el candado que ahora le falta al cajón). 

“Lo hago por el viejo”, dice, y en esa frase se intuye ese instante de decisión en donde lo personal pasa a ser colectivo. Nos pide que le pongamos una referencia al cajón, un modo de insertar el nombre propio en la historia común que en este museo vamos construyendo. “Mario Chiarastella” escribió  sobre la cinta de papel que pegó en la esquina del cajón, como para no olvidarnos. 


Juan Carlos tiene su propia política de acopio. Trabajó poquitos años en la herrería de los talleres Noroeste. Pronto se dio cuenta que lo suyo no eran los rieles sino el petróleo. Pero el otro día que pasaba por sus ruinas, encontró un pedazo de ladrillo ennegrecido y se lo llevó a su casa. “Seguro era de la pared donde estaban las fraguas”. 

Como los cuerpos que crecen cuando reposan, el patrimonio del museo se incrementa en los días apacibles del verano. Un patrimonio que nunca es sólo un montón de interesantes piezas. El inmenso cajón vino también con manchas de pintura, un pedacito de hoja de cúter usada, un poco de viruta y mucho olor a madera. En el cajón de herramientas de Mario el trabajo todavía se siente.

miércoles, 4 de enero de 2017

RAMBLA AL CUBO


La despedida del año en La Rambla de Arrieta fue la oportunidad perfecta para probar en casa nuestra  convertida, para la ocasión, en un "móvil de donación de aliento". 2017 comienza y promete no dar respiro.

lunes, 2 de enero de 2017

LA PREGUNTA INFINITA



No digamos que se acaba, porque es mentira. Acá la pregunta por lo que hacemos es infinita, y cuando parece que se cierra, que se agota, justo en ese momento se vuelve a abrir. Desde hace tiempo venimos buscándole la vuelta a las visitas educativas: cómo reformular nuestro rol de “guías”, cómo activar el cuerpo además de caminar, ver y escuchar, cómo encontrar nuevos modos de diálogo con las chicas y chicos que cada semana llegan hasta acá. Y en eso estamos.

Pero como acá también el tiempo es un bien escaso, este año intentamos la difícil tarea de pensar sobre la práctica en el mientras tanto de la práctica. En los huecos que nos quedaban entre visita y visita, generamos un espacio de formación interna para sistematizar esa reflexión, experimentar otras maneras de moverse por el museo taller y actualizar las preguntas que tal vez están en sus cimientos. Qué es un tren y qué es un trabajador fueron las consignas que ordenaron ese trabajo que algunas mañanas nos hizo abrir todas las puertas y persianas del museo para poner en marcha un tren a soga y otras nos llevó a discutir sobre el momento en que una actividad cualquiera (como barrer o pelar una manzana) se convierte en un trabajo o hasta qué punto un laburo logra marcar no sólo el cuerpo sino también el carácter de quien trabaja.

Contraparte del ejercicio teórico, durante las visitas pusimos a prueba algunas de las ideas o intuiciones que fueron apareciendo para ver cómo reaccionaban con lo que ya hacíamos y con lo que tenemos a disposición en el museo. Nos pusimos el mameluco y acondicionamos un par de valijas con algunos materiales (muestras de cereales en preformas de botellas, cangrejos disecados, trenes y barcos de madera) que llevamos durante el recorrido por si se presenta la ocasión de sacarlos a escena. Mameluco y valija se volvieron las herramientas que permiten que nos presentemos como trabajadoras de este museo y aludir al mundo del trabajo en este ferropuerto, a la vez que habilitan la dimensión del viaje, porque al fin y al cabo hacer una visita a un museo supone de alguna manera viajar. Estos viajes, a su vez, significaron que pudiéramos acompañar los cambios que se llevaron a cabo este año en la muestra del museo, al ponerlos en diálogo con nuestrxs pasajerxs.

El viaje por este lugar contiene tantas estaciones como cosas te despierten curiosidad. Desde este año dejamos “El granero del mundo” parcialmente armado en el SUM para ver si jugando comprendemos cómo es que llega y adónde va a parar todo el cereal que circula por el puerto. Otras, formamos trenes de pasajeros detrás de la locomotora manicera, fuimos hasta el taller Prende a fabricar boletos, contar historias fantásticas y tomar la leche. Y si la mañana estaba linda, disfrutamos de la sombra en las unidades básicas del esparcimiento en la Rambla de Arrieta mientras imaginábamos para qué servirían esos aisladores eléctricos que de lejos parecen torres de platos apilados. Hicimos paradas en los bancos de durmientes para relatar historias del puerto y de la playita del castillo. Subimos a la vieja garita de seguridad de la usina reconvertida en avistadero para mirar el mar más allá del alambrado y llevarnos una panorámica de todo lo que convive con esta usina desguazada.

A lo largo de todos estos meses, pasaron por acá cientos de niñxs, chicxs, jóvenes y abuelxs de muchos barrios de la ciudad y de localidades de la región que nos movieron las estanterías. Ahora ellxs que entraron en el receso estival, en el museo aprovechamos para seguir metiendo la cuchara y revolviendo este asunto de las visitas, a ver si podemos modificar algo del menú para cuando en marzo nos vuelvan a llamar.