miércoles, 4 de mayo de 2011

HECHOS BOLSA

Este domingo lanzamos una nueva edición de la Vera Bolsa Libre de Trust, una bolsa para hacer los mandados y, de paso, poner el ojo en los que mandan.

 Ida Muhamed con las bolsas que cosió en su casa del barrio 26 de Septiembre

Un día alguien notó que buena parte de las donaciones de material ferroviario que llegan a Ferrowhite, usualmente en manos de los propios trabajadores ferroviarios, lo hacen adentro de bolsas para las compras. De golpe fue evidente que el acervo patrimonial de este museo había dependido siempre de ese tráfico hormiga y de su particular camuflaje. En lugar de 1 paquete de yerba, 2 docenas de huevos y 100 gramos de mortadela, 20 kilos de fierros oxidados.

Así, nos pusimos a pensar qué contienen, de dónde vienen y a dónde nos llevan todas esas bolsas que a diario llevamos en la mano. Comenzamos entonces un itinerario que nos condujo del almacén “El Globito”, en el Bulevar, a los grandes supermercados ubicados en el norte de la ciudad, y del Polo Petroquímico al relleno sanitario de Grünbein, pasando por la formula química del polietileno [(CH2-CH2)n], las discusiones en torno al cálculo del costo de vida medido en canastas (¿Quién hace hoy los mandados con una canasta?), los proyectos para la instalación de un Polo Plastiquero en la zona, y los informes del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) sobre el potencial impacto ecológico de las nuevas bolsas “oxobiodegradables”.

Pero como en un museo taller reflexionar es hacer (y viceversa), nos propusimos convertir todo este divague en un artefacto concreto, y ahí nació la idea de confeccionar nuestras propias bolsas. La “Vera Bolsa Libre de Trust”, primera de la serie, se agotó rápido. Todavía se pueden ver algunas dando vueltas por los comercios de White y Bahía. De su armado participaron los chicos del taller de serigrafía (edición 2009), sus coordinadoras Silvia Gattari, Malena Corte y Lucía Cantamutto, el diseñador Carlos Mux, el director de Ferrowhite Reynaldo Merlino, y las vecinas costureras Susana Cardoso, Titi Trujillo, Maruca Sbaffoni y Rosa Ortiz.

Marta en la carnicería del almacén El Toro, Bulevar Juan B. Justo 

Titi, Maruca y Rosa trabajaron en las fábricas de bolsas para cereal que funcionaron en el puerto hasta los años setenta. Ellas nos contaron cómo era coser más de tres mil bolsas de arpillera en un solo día trabajando adentro inmensos galpones en los que no había un solo calefactor “porque la arpillera arde que da miedo”. De allí que la “Vera Bolsa” no venga vacía sino acompañada por un cuaderno que reúne sus testimonios. 

Esta nueva tanda de bolsas contó con la colaboración inestimable de otra “bolsera”, Ida Muhamed. Ida nos habló de las bolsas que se hacían en su casa. Bolsas no descartables confeccionadas a partir de materiales de descarte: bolsas hechas con retazos de tela, con redes de pesca, con sachets de leche o con el cotín de un colchón de lana. Una manera de hacer economía en un mundo en el que el “use y tire” de la sociedad de consumo aún no había reemplazado al mandato familiar de “que nada se desperdicie”.

“Trust” es una palabra un poco anticuada, aunque su significado, creemos, no ha perdido vigencia. Traducida del inglés al castellano vendría a significar “confianza”. En economía, alude al acuerdo o la unión de empresas bajo una misma dirección con el objetivo de repartirse el mercado, establecer precios (pensemos en las exportadoras de granos instaladas en este puerto, pero también en las cadenas de supermercados), fijar salarios o modos de producción. La expresión “Libre de Trust” puede apreciarse, por ejemplo, en las propagandas de cigarrillos “Particulares” que se conseguían en nuestra ciudad en los años 20. El slogan de la marca remataba así: “Para que no emigre tanto oro argentino”.

Chichín en el almacén El Globito. 

En nuestro día a día, las bolsas materializan sistemas clasificatorios completos. “Poner en bolsas separadas” o “meter todo en la misma bolsa” representan gestos epistemológicos precisos, de los que, podría decirse, se siguen concepciones del mundo contrapuestas. Derivados de la gran industria trasnacional y concentrada (1), las bolsas plásticas organizan el consumo doméstico, el ir y venir de las mercancías. De ellas dependemos para hacer las compras durante el día y para sacar la basura ya entrada la noche. Y ellas, que no se degradan, son una de las marcas más visibles del impacto de nuestro modo de vida sobre el ambiente. Por eso, quizás tampoco el habla, la conversación cotidiana, puede prescindir de su figura. De la Bolsa de Valores a las bolsas de empleo, de las viejas bolsas de arpillera para cereal al desarrollo de los "revolucionarios" silos bolsa que permiten especular mejor con las cosechas, del gran saco de Papá Noel a los bolsones del Plan de Seguridad Alimentaria, las bolsas están en boca de todos, nominando una realidad compleja. Cada bolsa resulta, en definitiva, la punta de un ovillo. La “Vera Bolsa”, cualquier bolsa, es como ese hilo que asoma en la costura de la prenda que llevamos puesta. Ese cabito inocente del que no podemos resistirnos a tirar y que revela, de repente, la trama escondida de las cosas.

(1) Según un informe del CREEBA del año 2006, el 100 % del polietileno de alta densidad, baja densidad y baja densidad lineal que se produce en Argentina es fabricado por la planta que Dow Chemical posee en Ingeniero White. 

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