martes, 16 de febrero de 2010

UNA PLAYA EN EL PATIO DE TU CASA



Acaso el adjetivo “autónomo” señala no tanto, o no solo, la relativa independencia de este puerto con respecto al Estado que fue su administrador pleno hasta 1993, como su progresivo aislamiento de la población que levantó sus cimientos, trabajó en él y disfrutó de sus costas ahí donde se pudo. ¿No es esa autonomía, establecida en relación con el orden local, el correlato de una mayor dependencia con respecto a las normativas y vaivenes del comercio global?

Los perímetros alambrados, la audacia de quienes los traspasan a pesar de todo, convierten a la costa de Bahía Blanca en un extraño territorio de frontera. Linde vallado que no separa a un país de otro, sino a los habitantes de un mismo lugar según tengan o no que ver con los enclaves locales a través de los que empresas de capital extranjero almacenan y despachan granos, producen polietileno o urea, eslabonando un sistema de producción que da impulso, pero al mismo tiempo parece fijar rasgos y límites al crecimiento y la distribución de la riqueza.

Juan Carlos Alesoni nació en las colonias ferroviarias que existían debajo del puente La Niña, a metros del sitio en el que grabamos esta entrevista. Para el niño Juan Carlos las vías y los elevadores, la usina y su taller, todo este lugar hasta donde la vista alcanza, formaban parte de su "patio". El patio de la "colonia", esa casa prestada por la empresa ferroviaria estatal que sus viejos, aunque ahora cueste entenderlo, sintieron siempre como propia.

A diferencia de Alesoni padre, quien trabajó casi toda su vida en la playa de maniobras de Ingeniero White, la historia laboral de Juan Carlos –que es parte de la de la Argentina de estos últimos cuarenta años-, lo ha llevado de un lado para el otro. Fue puestero en el viejo Mercado de Abasto de calle Aguado, operario en una fábrica de fideos, ordenanza en La Nueva Provincia, chofer de camiones para YPF y de colectivos para las compañías Coronel Ramón Estomba y La Unión. Hoy es sereno en el molino harinero de Puerto Galván, actual propiedad de la empresa de agronegocios Los Grobo. Juan Carlos ha vuelto a pasar así la mayor parte de su tiempo cerca de las aguas de la ría, a pesar de que su obligación, hoy por hoy, consista en impedir que alguien no autorizado por la compañía llegue hasta ellas.

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