viernes, 27 de noviembre de 2009

LOS TALLERES INVISIBLES





Talleres Bahía Blanca Noroeste, como muchos de los talleres construidos a fines de siglo XIX por empresas británicas, está rodeado de un extenso paredón, que se interrumpe solo en el sector de la antigua Estación Noroeste y en el área de playa de maniobras. El portón de ingreso, los galpones, la inmensa playa todo eso estuvo oculto, siempre, a la vista de quienes no trabajaban ahí.


¿Es sólo eso lo que los ha vuelto invisibles? Los talleres no aparecen mencionados en ninguna de las publicaciones-homenaje de principio de siglo en las que se habla de la ciudad, ni figuran en las diferentes guías comerciales ni tampoco en publicaciones más recientes dedicadas a la arquitectura, la industria y el patrimonio urbano local, opacados absolutamente por los siempre celebrados edificios del Mercado Victoria, los galpones vitivinícolas y el conjunto de chalets-estilo inglés de Colón y Brickman.


Desde el punto de vista edilicio los inmensos galpones de los talleres son parte –claramente- del mismo complejo. Tanto en unos como en otros trabajaron cientos de obreros. Entonces, ¿qué tuvieron los galpones del Mercado Victoria o los galpones de vino que no tuvieran los galpones de los talleres ferroviarios? Pues nada menos que esto: toneladas de lana, miles y miles de cueros, cientos y cientos de bordalesas de vino, la riqueza tangible, visible, ponderable, a punto de convertirse en pesos y pesos y pesos, en libras y libras y libras. Para que la circulación de toda esa mercadería, y de todo el cereal que llegaba desde los campos de la zona hacia los puertos de Ing. White y Galván parezca –como repiten una y otra vez los diarios de principios de siglo- un “milagro”, “obra de las hadas”*, en los talleres cientos de ferroviarios trabajaron incesantemente, a lo largo de casi cien años, en la reparación y mantenimiento de locomotoras y vagones, ocultos tras los paredones y los eucaliptos, invisibles como suelen ser las hadas o los artífices de los milagros.


* "El sordo ronquido de las sierras al morder el acero, los ejes relucientes, los tornos y las poleas que giran al parecer movidas por un hada invisible al resplandor de las hornallas y de las fraguas da una idea sugestiva de las secretas maravillas, de los prodigios de la mecánica y de los inmensos esfuerzos concurrentes que labran el progreso lento pero seguro de una población predestinada a ser una gran ciudad". LNP, 17-9-1905.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

UN BUQUE FACTORIA EN EL MUSEO TALLER

 

Un buque factoría.

Una cinta sin fin en la bodega-frigorífico encendida las 24 horas.

Sierras y cuchillos.

12 horas de trabajo por seis de sueño.

Mareas de dos meses.

Marcelo Bustos, marinero-cortador de pescado, vecino del Bulevar, 22 años, protagonista de la obra de teatro documental "Con tormenta se duerme mejor", que se estrena este sábado 21 de noviembre a las 20.30 hs en Ferrowhite.

Un texto y un video (imperdible) de Nicolás Testoni sobre todo esto en ARCHIVO WHITE



viernes, 6 de noviembre de 2009

¿DE QUIÉN ES ESTE RELOJ?


Mucha gente, cuando viene al museo, se maravilla al ver el espléndido reloj que está en la sala de muestra, y recuerda con nostalgia la puntualidad de los trenes de otros tiempos, y la belleza y precisión de los relojes (ingleses o franceses) que desde las estaciones de principio de siglo regulaban los ritmos de la vida misma de la ciudad y sus habitantes.

Sin embargo no fue ese el reloj que emocionó a Claudio Fabbi. Claudio fue tornero en TBB entre 1986 y 1992 y ahora tiene con su hermano una empresa de colectivos. Cuando vino el otro día trayendo un grupo de chicos de una escuela, recorrió el depósito y allí encontró el reloj que él veía todos los días, colgado de una pared, a casi cien metros de distancia, desde su torno.

Le das cuerda y anda perfectamente durante siete días, nos dijo, y abrió por detrás una puertita trampa, donde estaba la manecilla, todavía guardada.



Una y otra vez volvemos sobre este tema  Es que desde que empezaron a funcionar los talleres, especialmente las secciones fábrica, funcionaban en base al sistema de "contrata", o sea: en tantas horas, tantas piezas, por tanto dinero. Cada operación tenía su tiempo calculado, y el conjunto del proceso era seguido desde las oficinas centrales con un pizarrón en el que estaban indicados día a día con taponcitos de colores los pasos ya cumplidos, los que se estaban en ejecución y los que restaban aún.

Este sistema, puesto en práctica por las empresas británicas a principios de siglo, siguió implementándose, con modificaciones, cuando los ferrocarriles fueron del estado:
"La relación de las horas netas trabajadas y las horas disponibles de mano de obra determinan la eficiencia técnica del taller. Si relacionamos los importes de horas netas trabajadas y los importes de horas pagadas, obtendremos la eficiencia económica de la mano de obra. La productividad se mide con la relación de las horas netas trabajadas y las horas totales posibles de trabajar", decía Ferrocarriles Argentinos en 1970; el tiempo medido en horas-hombre es la variable fundamental para calcular los costos de los talleres,  en el Boletín de costos de Ferrocarriles Argentinos del año 1987.


¿De quién era este reloj?
¿El tiempo de quiénes marcaba?
¿Con qué tretas se le robaban minutos para el descanso, el mate, o los perritos?

¿Quién se lo quería llevar ese fatídico día (30-4-1992) en que 600 obreros de TBB y Maldonado recibieron sus telegramas de despido?
¿Cómo llegó al museo?

¿Quiénes manifestaron su conmoción al volver a verlo, después de estos años?
¿Qué sentido tiene que nosotros, en el museo, hoy, saquemos una foto como esta?